1984 y El cuento de la criada

Para quienes no lo sepan, estos dos títulos han vuelto a convertirse en superventas en todas las librerías de Estados Unidos desde que Trump es presidente. El cuento de la criada ha experimentado además dos repuntes, el último a raíz de la serie estrenada en HBO, que lleva el libro al formato audiovisual. La razón de esta búsqueda de sentido a la realidad a través de las fantasías resulta sociológicamente interesantísima. Porque en apariencia, los lectores tratan de identificar la realidad que les rodea a través de un relato. Y hay una razón para ello.

El motivo es la simplificación a que obliga cualquier narrativa para ser eficaz. Algo que usa habitualmente también la ciencia de la Historia, donde los procesos son contemplados en el largo plazo, con todos los documentos disponibles, sabiendo los precedentes, el desarrollo y las consecuencias. Comprender la realidad pasa por tener todos los datos, y a excepción de mentes muy brillantes, casi nadie comprende su propio presente. Es muy fácil en cambio hablar de hechos del pasado, y también hace más sencillo tu propio tiempo la comparación con universos distópicos con el de Orwell y Margaret Artwood. Ahora bien, dejando a un lado el fenómeno contemporáneo, ¿qué tal son estos libros?

La escritora Margaret Artwood ha salido en la serie del mismo título que su libro, haciendo de «tía», una de las mujeres viejas que vigilan a las jóvenes reproductoras, en el argumento de su obra

Lo más intrigante de ambos títulos es cómo han llegado a ser tan famosos. Puede explicarse en el caso de Orwell porque 1984 fue publicado en un momento en que era difícil entender qué pasaba en la URSS. Los defensores del comunismo no aceptaban la verdadera realidad dictatorial en que se había convertido el movimiento obrero inicial, con campos de prisioneros llamados Gulags que en poco se distinguían de los campos de concentración nazis. Una represión social brutal donde se enfrentaba a padres e hijos, denunciando los segundos a los primeros, y fomentando el miedo, la alienación y la carencia de todo pensamiento crítico. 1984 lo explica a la perfección, y más que una predicción del futuro parece, con todos los datos de que hoy disponemos, un reflejo de la sociedad rusa bajo el mando de Stalin. La novela tiene, naturalmente, universos simbólicos de control que escapan a su crítica inicial al bolchevismo, y que están plenamente presentes en la sociedad de hoy. A medida que el capitalismo se implanta y desarrolla sin alternativa crítica a su modelo social, y después de haber convertido a los ciudadanos en seudoesclavos consumidores, ha comenzado a fomentarse el control sobre su pensamiento. El objetivo está claro, aceptar menos salarios, peor vivienda, menos sanidad y educación, y puede que pronto menos democracia. No intento describir la realidad en que vivimos, sino transmitir el sentimiento que se ha producido en una parte de nuestras sociedades a raíz de su transformación. Esa parte busca leer 1984, y también El cuento de la criada, para encontrar una forma de explicar el mundo que nos ha tocado. Otros no, porque interpretan la realidad bajo una óptica más favorable, pero dado que estos libros son leídos por ser distopías, es eso lo que nos interesa.

La obra de Margareth Artwood es radicalmente distinta a la de Orwell, fundamentalmente porque está escrita desde el punto de vista de una mujer. Hay muchos más matices sentimentales en su personaje, una mayor dimensión humana. Y también una constante que eleva su carácter literario por encima de Orwell. La protagonista, que ha vivido en un mundo previo al del totalitarismo en que ahora vive, no muestra desesperación ni rebeldía, sino más bien un dejarse llevar. Esa es su grandeza literaria, porque también los seres humanos tendemos a adaptarnos si tenemos que afrontar una lucha sostenida. Nos cansamos, y acabamos dando por bueno lo que no nos gusta. En ese aspecto, Artwood es magistral. Y 1984 palidece en cuanto a que sus personajes son bastante más planos. Eso sí, este arranque sugerente acabará dando comienzo al hastío en El cuento de la criada, a diferencia de 1984, mucho más ameno.

No se extrañen si ven en los Estados Unidos mujeres vestidas como las criadas de la narración. Porque están convirtiéndose en un símbolo de protesta en aquellos estados que quieren limitar el aborto. No son meras reproductoras, y eso es lo que Artwood trata de decirnos. Lo de arriba es una corte judicial en una foto tomada en 2017. Sí, este mismo año.

Artwood nos presenta una sociedad en la que un grupo paramilitar ha dado un golpe de estado, se ha hecho con el control del gobierno y el parlamento, y ha instituido una sociedad donde prima lo religioso. O al menos una religión entendida al modo de los grupos más radicales de Estados Unidos y Canadá, una herencia típicamente anglosajona, y uno de los problemas presentes en sus sociedades. Ciertos colegios y comunidades prohíben enseñar la Teoría de la Evolución y censuran cualquier actividad sexual, interpretando la Biblia al pie de la letra. Esto no es ficción, sino parte del presente de Estados Unidos. Y es desde ese punto de vista lo que nos hace comprender  que la obra, publicada en los lejanos años 80, se haya convertido en altamente demandada en la actualidad. Uno de los miedos sociales más comunes entre la sociedad estadounidense más progresista es que predominen los grupos radicales de corte religioso. Muchos tienen la sensación de que eso es lo que se ha conseguido con Trump. Y que El cuento de la criada lo refleja a la perfección. Si bien, literariamente es un libro mediocre.

Si bien el planteamiento inicial es interesante, y el hecho de que la élite que ha tomado el poder esté tan avejentada que para tener hijos necesita “criadas reproductoras” abre muchas posibilidades, la narración corta todas de raíz. Está bien asistir al proceso mental de la protagonista, esa dicotomía a la que he aludido entre rebelarse o aguantar. Pero no resulta creíble que no se desespere ni una sola vez por no saber qué ha sido de su marido, o dónde está su hija, la cual le fue arrebatada. Resulta además mortalmente aburrido que a medida que se suceden las páginas no pase nada sustancial, como si el lector estuviera atrapado en una larga, y aburrida, pesadilla.

Frente a la criada, el protagonista de 1984, como parte del partido en el poder, y empleado en un ministerio, tiene una posición privilegiada para entender qué está pasando. La criada es lo opuesto, una mujer encarcelada en una celda que no le permite conocer la realidad. Se desvelará parcialmente al final qué ha ocurrido, con un giro narrativo algo facilón, y que no desvelaré aquí para no destripar el libro a quien le queden ganas de leerlo.

Créanme, no existe esta cámara de vigilancia junto a la placa que conmemora la casa en que vivió George Orwell. Es una de esas mentiras de internet, una manipulación, si quieren, del Gran Hermano.

1984 es una de esas obras que resiste el paso del tiempo, y que puede emanciparse de su origen como crítica al comunismo para universalizarse como espejo de cualquier sistema político totalitario. Casualmente esa pantalla desde que el Gran Hermano te vigila parece ser un adelanto de internet. Hoy es muy fácil para la policía, si decide investigarnos por orden del juez, saber qué hemos leído y comprado en la red en los últimos meses y años, nuestras preferencias, gustos personales y opiniones, fotos personales, e ingresos. Pero sin ir tan lejos una opinión de juventud puede conducirnos ante el juez, o ciertos comportamientos en internet privarnos de que nos contraten en una oferta de trabajo. Así que la vigilancia de 1984 cuidando que nuestra conducta sea correcta es más válida que nunca.

Tengo que decir algo a favor de El cuento de la criada. Tenemos una literatura, como una cultura humana en general, muy condicionada por la visión masculina. No es fácil equilibrar tantos siglos de historia donde la mujer ha sido poco más que un acompañamiento al hombre. Así que Artwood aporta, afortunadamente, una visión muy interesante de lo que sería una mujer común en cuanto considerada mero objeto reproductor. Y ahí se queda, sin ir más allá. Esta es una de esas ocasiones en que, sin conocerla, les diré que mejor vean la serie. Les resultará más entretenida.