Hasta siempre, suscriptores

Este viernes desaparecerá Lectoradicto. Empecé este blog por una necesidad de escribir sobre libros que me habían tocado el corazón, especialmente rarezas que encontraba de forma inesperada. Agradezco a todos aquellos que se suscribieron, siguieron sus entradas, aterrizaron aquí de forma casual y comentaron. Pero ahora estoy en una etapa distinta, y me es imposible encontrar tiempo para compartir lo que leo. Ojalá en un futuro pueda aportar mi visión de nuevo libre y gratuitamente, de momento me es imposible.

He dudado durante un tiempo si conservar todas estas entradas, y finalmente he decidido que no. Me gustan las creaciones digitales porque desaparecen rápido, y ese es el final para cualquier obra, si no la liquida el cierre de un blog o una página hoy será el olvido a un libro como ocurría en el pasado. Es bueno que las cosas se destruyan porque hay mucho por crear.

Nos vemos en las reuniones de adictos a las letras.

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Cadáver exquisito de Agustina Bazterrica

Edición de Alfaguara en español, novela ganadora del premio Clarín.

No me topaba con una novela tan estragante desde que leí El Necrófilo de Gabrielle Wittkop, y creo que la supera de largo. La autora, Agustina Bazterrica, ha conseguido trasladar el género gore a la novela con maestría, y en este caso ligarla con la realidad de nuestro tiempo bajo una premisa tan sencilla como aterradora. Qué ocurriría si desaparecieran todos los animales que pueden proveernos de carne en todo el mundo. La respuesta fácil es que estaríamos obligados al veganismo, pero una más sutil y aterradora es que podríamos criar seres humanos para comer. De eso va cadáver exquisito, un libro que he tenido que dejar de leer a veces, tanto me ha perturbado.

La clave aquí es que Bazterrica no hace un mero argumento de ciencia ficción distópica, sino que en clave de reportaje periodístico nos describe la vida en la gestión de los mataderos. Sustituyendo algunas palabras estaríamos leyendo el trajinar diario del responsable del sacrificio y envío de carne de ganado vacuno, ovino o porcino que alimenta nuestros estómagos y supermercados. Salvo a los veganos y a algunos animalistas lo cierto es que somos pocos empáticos con el sufrimiento de esos pobres animales condenados ser criados para el sacrificio. Pero cuando lo que ponemos ahí son un tipo de seres humanos a los que se les ha quitado ese nombre, además de las cuerdas vocales, a los que se despoja de su humanidad para ser ganado, el relato resulta tan creíble que estremece. Y es que siendo una absoluta fantasía identificamos en el comportamiento del protagonismo y del mundo que le rodea el verdadero carácter de nuestra sociedad cuando se produce una emergencia generalizada.

Portada de la edición en finlandés.

Portada de la edición en alemán. Junto a la anterior, ejemplo de dos de las nueve lenguas a que ya se ha traducido. Próximamente aparecerá en EEUU y en China.

Lo mejor, para el final. Leyendo Cadáver exquisito te haces una composición de lugar que resultaría bastante creíble. Pero no. Toda la empatía, humanidad y dudas del personaje central desaparecen al surgir un objeto de deseo superior a sus objeciones al tráfico de carne humana. El giro de las últimas páginas, magistral.

Agustina Bazterrica
Significativa característica de escritora de éxito hoy, en su web personal la autora se ofrece para la corrección de textos y habla de los varios trabajos que compagina para vivir.

Esta obra y el resto de las de la autora, además de Nuestra parte de noche de Mariana Enriquez, augura que ese grupo de escritores agrupados bajo la “nueva narrativa argentina” son un soplo de aire fresco en la literatura hispanoamericana, y que están reescribiendo, por fin, el género de terror en español.

Cadáver exquisito, publicado por Alfaguara

España en Regional, Alfonso Vila-Francés

Edición 2020 de Maledicto ediciones, Alfonso Vila-Francés

Vendrán días, supongo, en que el viaje volverá a ser un desplazarse por lugares que no conocemos, sin más ánimo que ir viviendo. Ni fotos para el postureo ni empeño en decir que todo ha sido positivo. Habremos olvidado entonces las atosigantes exigencias del turismo y el marketing. Si eso ocurre volveremos a viajar con esa actitud de viajero del XIX que tiene para lo suyo Alfonso Vila-Francés.

Fotografía de Alfonso Vila-Francés

«Pese a todo, ha llegado un momento, ya casi al final del viaje, en el que me he quedado sin ganas de hacer nada, me he dejado vencer por el aburrimiento y el desánimo y ya solo deseaba salir del tren lo más pronto posible. “Estas cosas pasan. Nos pasan a todos. No hay que sentirse culpable por ello. (…) No todo tiene que ser estupendo y maravilloso EN TODO MOMENTO para que un viaje sea, en conjunto, estupendo y maravilloso.»

En España en Regional nos cuenta cómo es eso de montarse en un tren regional, un tren lento, y disfrutar de la experiencia de desplazarse. Su libro, insólito, te lanza a la vía y te da breves de las estaciones, edificios a menudo en ruinas. Se calla mucho, y eso saca a menudo de quicio, al menos a mi, siempre ávido de detalles. Pero al terminarlo me he dado cuenta de que es un gran acierto. El estilo de Vila-Francés consiste en decirte que él ha venido aquí a sentarse en un vagón y a no tener prisa, y si no le acompañas en la actitud, te perderás la experiencia que va a transmitirte.

“Y eso es exactamente lo que pienso ahora: que este es otro viaje más en otro regional español. Por lo tanto voy a tener en cuenta algunos factores: la comodidad, la puntualidad, el cansancio, el resultado del viaje (si consigo hacer muchas fotos, si tomo muchos apuntes, si leo un libro o no leo un libro…). Esto me hace puntuar los viajes con una nota que solo me sirve a mí, y que es una primera nota provisional (…)”

Me compré este libro con las mismas dudas con las que hubiera adquirido un billete para un regional. Mi única garantía era haber conocido a Alfonso en persona en Sevilla, hace años. Además de leerle a veces en JotDown. Hasta donde sé es escritor fotógrafo y poeta, un tipo interesante, creo que muy ligón, con corazón de periodista vago además. Lo digo porque en su libro descarta a menudo explicarte sin ningún pudor lo que no sabe ni se esfuerza en saber. A diferencia de los pedantes no te referencia explicaciones de wikipedia, lo dice y punto. Como cuando asegura ignorar lo que ocurre en Laboratorio Subterráneo de Canfranc, una gruta de científicos locos construido aprovechando un profundo túnel bajo los Pirineos. Y que despacha con algo así como «un físico intentó explicármelo». A cambio de cosas como esas, de sus silencios y elipsis tiene luego destellos, como los de esa maravillosa página 101, donde te descubre que Los Urales de Doctor Zhivago eran en realidad un paisaje soriano con el Moncayo de fondo. Que nunca más podremos experimentar por nosotros mismos porque la línea se cerró. Un detalle que enlaza con la página 129, con los informes del Banco Mundial que en los 60 quería abolir las líneas de tren para fomentar el uso del coche. Al regional español lo están devastando, como a tantas cosas, pero aunque el autor lo cuenta, eso es solo una parte más de este engranaje. Escrito con una clara intención de irte atrapando poco a poco. Alfonso, como buen poeta, te describe a veces esos instantes de soledad en las habitaciones de hotel, entre tren y tren, el cansancio de hablar con los desconocidos, los momentos de desaliento. Es un viajero insólito, un viajero en tren regional. De haber nacido mucho antes y en un lugar que no fuese el ruedo ibérico, habría sido un clásico escritor de guías de tren como los ingleses.

Otra fotografía del autor sobre las vías.

Pragmático, el autor decía en un tuit que “España en Regional” tuvo la fortuna de salir al filo de la explosión pandémica, respiraba medio aliviado por haberse salvado de la expulsión del catálogo, pero sin grandes esperanzas de vender. Libros como éste, ferozmente independientes, tienen repercusión limitada en el esquema del mercado de distribución de las librerías. Pero a veces, como en este caso, son tremendamente pertinentes. Con el turismo desplomándose, y el miedo o la prudencia hechas experiencias universales, retomaremos tarde o temprano el viaje sin expectativas, el que solo nos prometía vivir. Vila-Francés nos invita a paladearlo así en sus páginas. Y la verdad es que te contagia las ganas, hasta que te apetece subir a uno de esos trenes. Es un decir, porque yo ni loco me subiría a un medio de transporte tan lento y abrumador. Precisamente por eso me he puesto a reseñar este libro, es lo más cerca que estaré nunca de viajar en un regional. Y como eso es lo que busco en la palabra escrita, vivir experiencias y fantasías que de otro modo no cabrían en mi limitada vida de hombre, apunto este volumen a mi relación de libros trascendentes.

“No sé qué pensar sobre este asunto. Debería alegrarme poder viajar gratis en tren. Pero he leído mucho y he oído mucho sobre “la poca rentabilidad de algunas líneas” y al final siempre se cierne la misma frase amenazante: “Habría que plantearse cerrar estas líneas de baja rentabilidad”. ¿Pero cómo puñetas va a ser rentable una línea si ni siquiera se cobra billete a los viajeros?».

El necrófilo y Gabrielle Wikktop

Soy un hombre libre, y hay muy pocos de ellos hoy en día. Los hombres libres no son hombres de carrera”. Así se expresó Gabrielle Wittkop poco antes de suicidarse. Tenía 81 años, un cáncer de pulmón, y ninguna gana de vivir la agonía de una larga enfermedad. A sus lectores, cualquier otro final nos habría decepcionado. Su género era hombre, había nacido mujer, fue periodista, publicista, no pisó jamás la escuela, y además de enseñarse a sí misma nunca creyó en una de las mayores religiones de la humanidad: el Amor. La única relación duradera de su vida fue con su marido, un nazi gay y desertor del ejército de Hitler, con quien no se acostaba y cuya convivencia respondía a un contrato de conveniencia intelectual, según sus palabras. Tenía demasiado carácter para llevarse verdaderamente bien con nadie, y sobrada personalidad para que su escritura dejara indiferente. Por eso la primera novela que escribió tiene por protagonista a un necrófilo. Roba cadáveres de ambos sexos, seleccionados cuerpos que ama brevemente, justo antes de que comiencen a heder y arrojar fluidos.

Autor de El Necrófilo
De los primeros en poner morritos para hacerse el interesante

El Necrófilo es un diario intimista, que no retrata a un monstruo, sino a un hombre gris. Podría ser cualquiera de nuestros vecinos, esos que no destacan por su sonrisa ni por su vestimenta. Personas que no parecen encontrar placer en la relación social, y menos aún en compras hedonistas. Podríamos juzgarlos incapaces de disfrutar, eremitas que renunciaron a los placeres. Lo es, por necesidad, el necrófilo, que tiene una pasión desbocada, que habla con verdadera ternura de sus amores, cuerpos muertos, de los que a veces le cuesta demasiado despedirse. Tanto que en ocasiones, contraviniendo su pulcra disciplina, los mantiene demasiado tiempo en casa, y se le pudren. Si el autor, que no nos ahorra esos detalles macabros, logran que venzamos la repugnancia, es por el exquisito tratamiento del protagonista. sus motivaciones, pensamientos y acciones están narrados con exquisito detalle.

Primera edición de El Necrófilo, 1972, en Francia. El ego de la editora (Desforges) era tan enorme que ponía su nombre más grande que el del autor.

A este libro macabro lo hacen tan atractivas sus páginas como sus génesis. El autor odiaba profundamente a Règine Desforges, la editora, autora y activista contra la moralidad y la corrección política, y pionera de la libertad sexual a través de su editorial, que se atrevió a publicar El Necrófilo. Era 1972, y el mundo bastante menos pacato que en el presente. Anécdotas en su justa medida, si la autora despreciaba a Desforges, a la vez reconocía en ella su valor para hacer lo que le daba la gana. Lo que viniendo de ella era un piropazo. A la editoria tampoco le gustaba Wittkop. Paradojas de la existencia, Desforges acabó siendo miembro de honor de l’Association pour le droit de mourir dans la dignité, organización francesa que reivindica la eutanasia. Tanto el marido del autor, como el autor mismo, se suicidaron para no afrontar la agonía de sus largas enfermedades. Cáncer como dije en Wikktop, un grave caso de Parkinson en el esposo. La editora defendía la posibilidad de una muerte libremente elegida y con asistencia humanitaria por parte del estado.

Mujer, feminista, reivindicativa de la sexualidad y todo ello en los 70. Adivinen porqué ninguno de sus libros ha sido publicado en español. Me refiero a Desforges, la editora de Wikktop.

Muerte es la idea fundamental en torno a la que gira la obra de Wikktop. Pero no entendida a la manera filosófica o religiosa, sino en la observación del fallecido, quienes le rodean, y los procesos de putrefacción y liquefacción de las grasas propias de la evolución del cadáver. En ese sentido El Necrófilo es apenas un aperitivo tímido de Serenísimo asesinato, único libro que, junto al anterior, ha sido traducido y editado en España. El primero por La sonrisa vertical, y el segundo por Anagrama. Ni siquiera Latinoamérica se ha interesado por el éxito del autor en Francia y Alemania, que es donde se dio más lectura a sus obras, aunque ahora vaya quedando sepultada en el olvido.

Harold Bloom también ponía morritos. Literatura y morritos ¿imprescindible ir de la mano?

Auguro que regresará como clásico. Este autor ha atrapado esa cualidad básica de la literatura, la de asomarnos a intimidades que nunca conoceríamos en la vida real. Haciéndolas creíbles, además. El recientemente fallecido Harold Bloom no profundizó suficientemente en este aspecto. Pero él era, como le hubiera definido Wikktop, un hombre de carrera, incapaz de entregarse a la absoluta libertad intelectual. Consideraba que el canon literario estaba hecho de grandeza y no de miseria, pero su admirado Shakespeare fue sobre todo un creador de culebrones, amarillista y gore, siempre obsesionado por ser comercial. Al fin y al cabo vivía de vender entradas teatrales, y si su teatro no gustaba, no comía. A nosotros, condicionados por hombres como Bloom, nos resulta difícil comprender que en Sálvame, Jorge Javier y Belén Esteban hayan elevado el cotilleo y la murmuración elevadas a bella arte. Ahí debería buscar su humus pútrido la literatura, y no lo hace lo suficiente. Vivimos más que nunca atrapados en el protocolo de palacio. Cuando en la Edad Media los reyes y aristócratas eran indistinguibles por su comportamiento y olor de los plebeyos se inventó la etiqueta. Hombres y mujeres iguales comenzaron a distinguirse por su comportamiento, y ser llano comenzó a despreciarse. Hoy lo zafio, lo feo y lo suburbano es objeto de culto, y rara vez fenómeno masivo, Trainspottings aparte.

El autor del Necrófilo, tan exquisitamente aristocrático en su redacción y sintaxis, era demasiado libre como para constreñirse al protocolo. Sus comentarios hubieran incendiado el Twitter cada día. Bueno, más bien le hubieran cerrado la cuenta en pocas horas. De él debemos aprender, por encima de todo, que se dio el permiso más importante que debe concederse a sí mismo un autor. Escribir lo que le dé la gana. Como le dé la gana.

Pues eso: si quieren aparentar intelectualidad, morritos.

El pato, la muerte y el tulipán

Como lector no tengo complejos. Hay libros juveniles absolutamente imprescindibles, y lo mismo sucede con los infantiles. Los géneros sirven a la comercialización de la literatura, pero no deben ser un corsé para el lector. Por eso hoy traigo una de mis obras favoritas, titulada “El pato, la muerte y el tulipán”. En ediciones más antiguas se llamó a secas “El pato y la muerte”, lo que hizo que muchos lectores dejaran pasar inadvertida la flor negra que acompaña el relato y sus ilustraciones. Si no recuerdo mal, este fue uno de los muchos libros que leí a mi hijo Bruno, que por entonces tenía solo cuatro años. Al acabar lloró, inconsolable, durante un buen rato. Pero no hubiera necesitado su llanto para comprender que me encontraba ante un próximo clásico de la literatura. Ahora que el libro ha cumplido diez años, puedo decir con seguridad que está llamado a leerse durante este y el próximo siglo.

La protagonista de este cuento es la Muerte. Y para llevar un ajado babi a cuadros, y la calavera por cabeza, es muy poco siniestra. Más bien tiene ese carácter de contemplación que se esperaría de un ser inevitable. Se hace amiga del el pato, juega con él, y pasan un muy buen rato disfrutando, paradoja inconsolable, de la vida. Porque en realidad ella ha venido, como no podía ser de otra manera, a buscarle. Cuando lo despide pone sobre su pecho ese tulipán negro que ha tenido todo el tiempo en sus manos. En el antiguo lenguaje simbólico de las flores, entregar a alguien un tulipán negro representaba que estabas sufriendo extraordinariamente por alguien. La Muerte, también, lamenta el final de su amigo.

Su autor, el alemán Wolf Erlbruch, se inició en el mundo del diseño publicitario. En eso coincidimos, lo que también me hace identificar en su trabajo una enorme capacidad para combinar el mensaje, la manera atractiva de contarlo, y la manera de esconder temas trascendentales bajo narraciones ligeras. La publicidad por sí misma no da cualidades de artista, pero es una gran manera de iniciarse en la creatividad. Se hizo internacionalmente famoso ilustrando un libro muy divertido, donde un topo se preguntaba quién había hecho eso en su cabeza. Eso era un mojón, un truño, una caca. E iba el miope todo de animal en animal buscando a quién correspondía la caca de su cabeza. E inevitablemente los animales le mostraban sus excrementos, muy distintos según la especie. Genial idea en que mezcló diversión, divulgación y narrativa, aunque en este caso el texto era del también alemán Werner Holzwarth. Yo, personalmente, siempre he visto en el topo protagonista una caricatura del propio Wolf Erlbruch, otro miope de cuidado.

El autor e ilustrador Wolf Erlbruch
El autor e ilustrador Wolf Erlbruch

Y si podemos disfrutar de esta maravilla en español es también gracias a la excelente traducción de su editora, Barbara Fiore, que ha sido un cohete en cuanto a la calidad de libros infantiles publicados en España. Los libros del autor ya han sido traducidos a 39 lenguas, otra prueba de la universalidad que alcanza con sus narraciones. Especialmente con esa bellísima forma de contar que un día vendrá la muerte a por nosotros. No importa si aprovechamos los últimos momentos para amar, bebernos el sol o inspirar profundamente el aire.

Wolf Erlbruch ha dicho, refiriéndose a su libro, que no estamos aquí para morir, sino para amar la vida. De ello habla este libro álbum ilustrado, y prueba de ello son las lágrimas con que mi hijo celebró esta historia . Él ahora empieza a comprender en qué consiste la celebración de un libro que te hace conmoverte.

Bambi, una vida en el bosque. Ni parecido al Bambi de Disney.

Decir Bambi es remitir a la película de animación de Walt Disney, un largometraje de animación tan hermoso como ajeno a la obra original que inspiró su guión, “Bambi, una vida en el bosque”. El animador americano se quedó con la trama original despojándola no solo de su mayor poética, sino también de toda una serie de valores que retratan tanto las reflexiones filosóficas sobre el sentido de la vida del hombre, como la relación entre padres, hijos, hombres y mujeres. Todo contado a través de los ojos de las criaturas que viven en los bosques.

Primera edición de Bambi
En la primera edición en alemán de Bambi no aparecía un corzo, sino la visión que el mismo tendría al caminar por el bosque.

Su autor, Félix Salten, fue un representante de la Joven Viena, uno de esos escritores modernistas que en el fin del siglo -el XIX- se reunía con sus compañeros en las tertulias de café. Para intercambiar lecturas, críticas, y también amantes. Indolentes, bohemios, bebedores, folladores, aquella panda era la compañía ideal para ir de bares, y subrayo esto porque el libro “Bambi, una vida en el bosque” es erróneamente etiquetado como una historia infantil por los editores contemporáneos. La maldita herencia de Walt Disney. El Bambi de Salten es una novela corta, pero desde luego nadie que no haya llegado a la edad adulta comprenderá sus matices. O no un niño actual, quizá sí los de 1926, cuando se publicó.

Tomemos como ejemplo el capítulo 7, uno de mis favoritos. De pronto desaparecen todos los personajes que nos habían acompañado, incluido el principal, el corzo. Tenemos a dos hojas de roble, amarillas por el otoño, colgando de una rama y conversando entre sí. En tres páginas de pura poesía y metáfora pura, esas dos excrecencias vegetales resumen la mayor tragedia de existir, la muerte. Y lo hacen en términos humanos.

¿Será cierto que cuando nosotras nos hayamos ido vendrán otras hojas a ocupar nuestro lugar, y después de ésas, otras, y así sucesiva e indefinidamente, unas hojas irán reemplazando a otras?

Cuando una hoja pregunta a la otra qué es de ellas cuando caen, y si hay algo más allá, y se pone a temblar, resume la pregunta que todos, alguna vez, al rebasar la niñez, nos hacemos. Porqué hemos de morir.

En este capítulo, que no es sino un intermedio para anunciar que llega el invierno, pero también que la vida de Bambi va a cambiar, se resume de qué trata esta novela de Salten. No de unos animalillos viviendo en su bosque, acosados por el miedo al cazador. El argumento versa sobre cómo uno mismo acaba convertido en adulto, el viaje que ello conlleva, y la amargura de descubrir que ni la familia, ni los amigos, ni la seguridad del entorno garantizan la vida. El pequeño corzo, que acabará convertido en un príncipe del bosque, solo sobrevive al asumir la amarga filosofía de su padre. Permanecer solo, desconfiado, y huir, siempre, del hombre.

Aquí radica una de las grandezas del Bambi de Salten, el tratamiento de los cazadores. Como representantes del hombre, son la amenaza para los corzos y para el resto de criaturas cinegéticas -faisanes, zorros, etc.- En su recorrido vital, Bambi los enfrenta, es herido, pierde a su madre a causa de ellos, pero, sobre todo, aprende a conocerlos.

Salten incluso usa la figura del idealista, el soñador demasiado ingenuo que cree en un futuro maravilloso donde todos los conflictos desaparecerán. En este caso emplea a una cierva , Marena, que anuncia a todos la buena nueva, un día Él -así denominan siempre al hombre- irá a vivir con ellos al bosque y será tan bueno como ellos lo son unos con otros.

El descubrimiento para Bambi de que no será así se producirá por vía de uno de sus amigos, Gobo, un cervato que es llevado como mascota por los cazadores, y que un día regresa al bosque, ya adulto, para contarles las maravillas de su vida en cautividad. Demasiado confiado con los humanos, acaban dándole caza, y con ello el protagonista aprende que el trato que las criaturas del bosque pueden esperar de los hombres es únicamente la depredación y la muerte.

Bambi por Alfred Kubin
Esta ilustración de Alfred Kubin, simbolista, representa el estilo favorito de ilustraciones preferidas por Salten y su círculo de bohemios escritores de cafetín literario.

Salten incluye aún otra lección vital universal. Ya hacia el final del libro un perro, persiguiendo a un zorro herido, lo acorrala en un claro. El zorro suplica por su vida, el perro le ignora, ladrando para llamar al cazador. Los animales de las cercanías se lo reprochan, le llaman traidor. El perro se defiende, les llama canalla, asegura que el hombre tiene la supremacía sobre todos ellos. Y al final el viejo corzo, el Príncipe que surge para acompañar y aconsejar a Bambi, resume en una frase otra gran evidencia de la vida en sociedad:

“- Lo más horrible de todo es que los perros creen sinceramente en lo que acaba de decir este podenco. Creen en eso, y se pasan la vida con miedo; odian al amo y se odian a sí mismos, y sin embargo serían capaces de morir por él-.”

Cuántos fanáticos, lameculos y personas serviles hemos conocido en nuestra vida, que por temor e incapacidad siguen a un líder, a un jefe, a un amigo, no importa lo tóxico o irrazonable que resulte. Recordemos, por ejemplo, cómo auparon al poder los votantes alemanes al nazismo. Adolf Hitler aprovechó el cargo para prohibir, ya en 1936, los libros de Salten. En realidad menos por su contenido que por la condición de judío de su autor. Felizmente, abandonó Alemania antes de acabar en un campo de concentración.

Ahora bien, quien considere dar este libro a leer a sus hijos pequeños tendrá que hacer bastante pedagogía. Junto a todo lo anterior, la visión de Bambi es la de un hombre profundamente machista, demasiado reverente ante el poder, y con comentarios sobre la posición social de la corza, el corzo, los niños y los pájaros capaces de estremecer esa final piel de ahora, tan capaz de ser herida en las redes sociales. Por poner solo un ejemplo, cuando Bambi, convertido en un corzo enorme de adulto, en un Príncipe, ve a sus hijos, piensa que quizá se ocupará del pequeño cuando sea mayor, y le ayude. Para la gemela femenina no dedica sino un pensamiento fugaz, el de que le recuerda a Falina, la cierva que amó en su juventud.

Para los interesados en el Bambi de Disney, aclarar que fue el propio Salten quien en 1936 vendió los derechos de su obra al cine, concretamente al productor Sidney Franklin, de la MGM, que a su vez los pasó a quien haría la película de animación. Consiguiendo, por cierto, grandes pérdidas en su estreno: fue un fracaso.

Josephine Mutzenbacher
Definitivamente los padres se pensarían dar a leer Bambi a sus hijos si supiesen que su autor original escribió las memorias de una puta vienesa. Para su tranquilidad, el protagonista Bambi se convierte en padre de una manera mi casta. Ahora bien, un padre como el de Bambi comportándose así en el siglo XXI sería considerado, como poco, un maltratador.

 

Para los interesados en el propio Salten, aclarar que fue autor de numerosos libretos, teatro, guiones y novelas. Incluso de un clásico de la pornografía que vendió 3 millones de copias, “Josephine Mutzenbacher: la vida de una puta vienesa, contada por ella misma”, originalmente publicada de forma anónima. Hoy día solo se le recuerda por esto en los círculos viciosos, y por su historia del corzo en los literarios. No he leído el resto de su obra, y en mi lista está todavía pendiente «Los hijos de Bambi», la continuación de su bestseller, pero en mi opinión la fama adquirida por haber escrito «Bambi, una vida en el bosque», es más que merecida.

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Salten, el hombre de las muchas caras. Y porqué cuando uno escribe un libro infantil tiene que limitarse a esa literatura.

N.B. Gracias al comentario de Cadma, corregí la errata donde decía que Bambi era un ciervo, animal que sí retrató Disney en su película porque le pareció más impresionante.

Materia Oscura, Blake Crouch

¿Ciencia ficción dura o pura ficción? Entre esos dos polos oscila la creación literaria de este género desde que perdió el favor masivo de los lectores. El fin de la Unión Soviética puso fin al interés por la carrera espacial, ya que se dio por hecho que Estados Unidos había ganado. Mucho antes el mundo occidental daba por hecho que la NASA llevaba la delantera, y tanto es así que aquella misión Apolo XIII de los setenta -la de “Houston, tenemos un problema”- apenas suscitó la atención pública. Al fin y al cabo regresaban, otra vez, a la Luna, qué original.

Edición española de la obra de Crouch por Nocturna Ediciones 2017

La repercusión de esa actitud social supuso que los universos imaginados donde una futura humanidad viviera rodeada de robots -Asimov- o se descubriera a sí misma en sociedades extraterrestres -Bradbury- dejaran de demandarse entre los más vendidos de las librerías. A partir de ese punto la ciencia ficción se dividió en dos subgéneros, el duro y el general. Duras son las novelas basadas en postulados científicos, cuyas explicaciones pueden escapar al lector común. Generales, las que simplemente rodean el argumento con fantasías futuristas. Materia Oscura está en mitad de los dos, y puede que por eso acabe siendo un referentes para autores y lectores.
La base teórica forma parte de esos aspectos de la Física difíciles de entender, los de la mecánica cuántica. Si han oído hablar del experimento imaginado del gato de Schödinger sabrán que el animal está vivo y muerto a la vez antes que el observador abra la caja. Lo que intenta demostrar esa paradoja es que en el universo cuántico un electrón puede estar en dos lugares distintos al mismo tiempo, hasta que el observador mira y decide en qué sitio se queda. Lo que es pura fantasía para la realidad común es rutina en la física cuántica. Qué ocurre si trasladamos eso a una tecnología aplicable y lo convertimos en algo tangible en nuestro mundo. Aquí es donde comienza la trama de Materia Oscura.
Blake Crouch nos propone a un científico capaz de fabricar una caja como la de Schödinger, pero donde podemos meternos nosotros mismos y acceder a los universos paralelos. Es decir, a aquellos en los que nuestro yo ha tomado otras decisiones.
Desde el punto de vista de la física, los universos paralelos nacen de la influencia de la medida, a la que podemos llamar observación. Como observadores de la realidad, influimos en ella, decidimos si el gato está vivo o muerto, si el electrón está a la izquierda o a la derecha del tablero. El autor da un paso más y decide que en su trama fantástica, cada decisión vital que tomamos genera un universo paralelo donde nuestro yo comienza a vivir una vida completamente diferente. Imaginen un mundo en el que ustedes hubieran estudiado algo diferente a lo que eligieron, cambiaran de pareja, no tuvieran hijos, o los tuvieran, si no los tienen. E imaginen también la posibilidad de visitar esos mundos y observarse a sí mismos en cada una de las variaciones.
Lo fascinante de Materia Oscura es que el protagonista es víctima de sí mismo en otro mundo paralelo, desde el que su yo espejo viene a ocupar su vida. Este científico dejó su carrera para tener un hijo y casarse con su pareja, mientras que el que inventó la caja la abandonó y no tuvo ese hijo. Un día el yo del éxito profesional viene a ocupar el sitio del otro, enviando a este a su mundo. Y comienza un apasionante thriller que no da un minuto de respiro al lector. Ni un segundo, más bien.
Porque uno de los mejores aspectos de esta novela es precisamente su capacidad de mantenerte atrapado en las páginas esperando a ver qué pasa. Se mete en un berenjenal bestial, y si uno no entiende demasiado la física cuántica, cosa que nos pasa a la mayoría, puede prescindir de las repercusiones científicas del argumento para centrarse solo en la trama. Asegurado éxito por tanto para lectores de novelas de aventuras que no necesariamente se interesen por el género. Un enorme acierto, y un gran talento el de Blake Crouch, del que ya estoy deseando ver cómo ha seguido evolucionando en el resto de sus libros.

El pelirrojo es Blake Crouch, y esta imagen está tomada de su web https://www.blakecrouch.com

Lo negativo, la salida del berenjenal. Todo estaba muy bien planteado, hasta que lleva el experimento de Schödinger al extremo, y en lugar de aparecer un gato muerto o uno vivo, aparecen tantos gatos como observadores hayan abierto la caja. Lo expreso así para no revelar el argumento, pero háganse a la idea de que todos sus yos, procedentes de todos los universos posibles, se reúnen en una habitación con un gato, muerto o vivo, para defender que ellos son los que deben ocupar su lugar. La locura.
Otro aspecto que le falta a Materia Oscura para subir el escalón de la literatura es la profundidad del personaje central. Menuda aventura vital con enormes implicaciones filosóficas vive. Pese a ello sale únicamente con el deseo, tan de película norteamericana, de ser un padre de familia que cuida de su mujer y su hijo. Vale, muy tierno, muy bonito, pero las posibilidades de reflexión e implicaciones vitales tienen mucho recorrido, y Crouch no las aprovecha. Ello no quita para que el libro se disfrute enormemente, tan solo le falta ese final perfecto que hace el gran postre de un buen menú, uno excelente.
Así que de momento la ciencia ficción, que puede aprender mucho de Materia Oscura, no deja de ser un género menor. Mañana será otro día, y aparecerá por fin el equivalente a Juego de Tronos, no ambientado en un escenario medieval y fantástico de cuento de hadas, sino en uno futurista y científico. Estamos cada vez más cerca de eso, y Materia Oscura lo demuestra.

Fuerte abrazo a la tripulación

Esta es una felicitación de fin de año, hecha por MST para JotDown cultural Magazine Como no sabía dónde ponerla ha acabado aquí.

En esa nave de los locos llamada JotDown solo el capitán está cuerdo. Aunque posiblemente no. El director lo parece, pero detrás de esa buena gestión y capacidad analítica de informático que mantiene a flote esta revista, esconde un alma de apasionado por los calamares gigantes. Quiero decir, por esas anomalías de la naturaleza que están en los abismos y que para quien sabe mirar, salen a flote. Supongo que es así como encuentra redactores, o quizá sean ellos quienes participen de la pesca. Pese a ser uno de ellos sigo sin estar muy seguro de cómo he acabado allí. Tampoco pregunto, no vayan a darse cuenta que solo soy un polizonte en mitad de esta panda de tipos y tipas que están entre la genialidad y la barbarie.

Tengo edad suficiente como para haber crecido en una cultura de kiosco, de niño que esperaba el fin de semana para arañar un tebeo de Mortadelo o Superlópez. Que hojeaba el periódico El País y su suplemento cultural, porque tenía una parte dedicada a los niños, y por sus fotos. Suficientemente mayor también como para haber sido uno de los primeros que usó internet antes de que existieran los navegadores -qué infierno de comandos-. Y a la vez tan joven como para adaptarme a aceptar que los quioscos se fueron y que ahora la producción gorda y jugosa pasa por internet. Cuando supe que JotDown existía -y la descubrí como usuario del agregador de noticias Menéame- me quedé flipando un buen rato. De pronto tenía ante mi un suplemento cultural a la altura de aquel que recordaba de El País -el cual, antes de decaer, era la gran revista de divulgación cultural española-. Bueno, estaba el Blanco y Negro de ABC, pero demasiado a menudo era un reducto de dinosaurios. No me malinterpreten, siempre he admirado los museos. Por contraste, JotDown aparecía redactada con un estilo underground que aún no se había visto masivamente reflejado en la prensa de nuestro país. O que al menos yo solo recordaba de la cultura anglosajona. Y me enamoré. Llevo enamorado desde el 2011.

Sus artículos son largos, larguísimos. Reclaman tardes nubladas con una buena bebida, a veces caliente y a veces cargada, según. Hay cosas que pueden decirse en mil palabras y quedar bien dichas, e incluso en el breve los argumentos parecen tener más razón. Pero en el placer de extenderse es donde un redactor da la talla, manteniendo el interés hasta la última línea. Lo intentan. Lo intentamos en cada maniobra. Y cuando la cagamos nunca acabamos de entender si estábamos demasiado borrachos, o demasiado poco.

El día en que recibí un correo del gran loco, del capitán de la nave, ofreciéndome escribir allí, tuve la misma sensación que en el cochecito de la montaña rusa. La de ese instante con el vacío en el estómago por el inminente descenso, que te coge las tripas, y te las retuerce. Joder, no sé yo si lo voy a hacer bien, qué responsabilidad. En fin. No se lo dije. Empecé haciendo uno, seguí con otro a ver qué pasaba, fui salvando los papeles, y aquí me tienen todavía. Leo con voracidad algunas firmas, unas me despiertan envidia, en otras encuentro que todos tenemos días malos, mediocres. Sigo el Twitter porque las frases del subdirector son una novela por entregas, que parece transcurrir entre conciertos de rock duro, actualidad general, ansias de dulce con extra triple de azúcar, y fanatismo de gimnasio, estos dos últimos solo a veces. Sigo a la bola, mote de twiteros para @jotdownmagazine, pero a ella no puedo resumirla, así que si quieren saber lo que es bueno, síganla.

Con JotDown no han dejado de pasarme cosas buenas. Convocan anualmente un premio de divulgación científica al que decidí presentarme, cuando ya escribía para ellos, por la razón más infame que pueda imaginarse. Necesitaba el dinero. Estaba en una de esas etapas malas que frecuento, la veintidós, creo. Nunca había escrito sobre ciencia, y además soy negadísimo para las matemáticas desde niño. Tuve que renunciar a estudiarla, pero me convertí en un engendro de letras puras que continaba leyendo sobre física. Imaginaba entonces que en sus diferentes ramas acabaría encontrando la respuesta al qué somos, de dónde venimos y a dónde vamos, que no me dio la filosofía. Pues oigan, tampoco. A lo único que me ayudó a aquello fue a ganar el JotDown Ciencia 2017, contra todo pronóstico, y con un artículo sobre la flora intestinal y el cine expresionista alemán, dos cosas que me gustan bastante. Me llevaron a Sevilla, me invitaron a cenar, y conocí a una parte de esos locos que pululan por cubierta. Ustedes no dirían al toparlos por la calle que tienen las cabecitas dando vueltas a mil revoluciones por minuto, pero créanme que así es. También conocí las tapas sevillanas, con divulgadores y científicos como Francis Villatoro, Carlos Briones, Clara Grima y Enrique F. Borja, autor de Cuentos Cuánticos, y madre mía. Qué gente más maja, y qué sublime todo.

No pasó mucho antes de que la necesidad volviera a acometerme, y me presentara por ello a otro premio, este de periodismo, que también gané, salvando el mes. A la entrega acudió una de las directivas de JotDown, robando un poco de su tiempo para verme. Luego volvimos a vernos en mi ciudad, la acompañé a una entrevista, comimos juntos, charlamos y hasta gestionamos la expedición de un abono transportes. Se imaginan lo que pasó. Que me enamoré de su persona. No en el sentido carnal, por favor, sino de esa forma de ser, estar y actuar que es a la vez una mezcla de talento, corazón y ganas. Hemos hablado muchas veces luego por correo o teléfono, y trabajado juntos, sin que mi impresión inicial cambiara ni un ápice. ¿Y saben a qué conclusión he llegado? Que JotDown no es como nosotros, los lectores, la percibimos por casualidad. Que como esta mujer a la que aludo, el resto de tripulantes a los que conocemos solo por sus palabras son maravillosamente parecidos a ella en cualidades. Eso les convierte en el mejor equipo que pueda desearse para una nave que navega a través de la cultura, el mar más loco de este mundo porque, como ya les dirían sus padres, a duras penas da para comer. Pero qué vida intensa proporciona. No tengo mucho que contarles al respecto si ya son habituales de la lectura de esas páginas JD, y solo pueden serlo si han tenido la paciencia de llegar hasta aquí.

Posverdad: mentira emotiva destinada a manipular los sentimientos de las personas para influir en sus decisiones. Fuera del gremio se llama seducción o publicidad. ¿Ustedes ya se han suscrito a JotDown?

Les quiero, ¿saben? A ellos, y también a ustedes, lectores como yo. Cada comentario que ponen, cada minuto que pasan pendientes de sus párrafos, dan continuidad sin saberlo a algo mágico y maravilloso. Que detrás del telón está siempre a punto de quebrarse, porque es un sueño, y los sueños del hombre perecen a la fría luz de los neones que cuelgan en los techos de los bancos.

Pero hoy no. Hoy la nave sigue, siete años después, y no irá al pairo si seguimos amando el write briefly or hurriedly, el write a short note of. O sea, el tomar notas apresuradamente sobre el mundo, el hacer jot down para contarlo.

Habrá que hacer mucha publicidad para sostenerlo, y buenos artículos, y magníficas entrevistas, y más periodismo. Y algún día diremos orgullosos, cuando el mundo comprenda qué es JotDown: nosotros estuvimos ahí, leyendo, escribiendo. Así que solo puedo desear que os dure mucho, fieras. Fuerte abrazo al capitán, a los oficiales, y a toda a la tripulación de esa maravillosa nave de los locos.

1.280 almas

Portada original de 1280 almas, título en inglés Pop 1280

Jim Thompson era un perro malo. Al menos así hubiera definido su época a un escritor que antes de serlo fue traficante de alcohol en la Ley Seca, vagabundo, hijo de un sheriff corrupto y medio indio. Su madre era cherokee, y antes de estos tiempos de pieles finas y ofendiditos, eso era como ser medio humana. El autor llegó tarde a todas partes, a la literatura con 39 años, y al Partido Comunista estadounidense también, aunque suficientemente pronto como para ser perseguido en la caza de brujas de McCarthy. Le pasó de todo, menos obtener un triunfo literario. Pero profundamente convencido de su valía, le advirtió a su mujer que guardara bien sus manuscritos, porque acabarían valiendo oro. Y así es. Era muy grande y se ha ido haciendo más por ese camino retorcido de los escritores malditos, a los que el tiempo acaba por dar la razón.

Dicen los críticos que 1.280 almas es su mejor novela, pero ese es un mal comienzo para acercarse a él. Lo malo de Thompson es que necesitaba dinero y escribió 12 novelas en 18 meses, que no son gran cosa porque salieron de forma apresurada y automática, destinadas a las colecciones pulp, y escritas para poder comer. Lo sublime, que en sus 29 novelas que sí merece la pena leer usó 32 maneras de contar una historia, con tramas donde nada es lo que parece, y protagonistas que representan lo peor del género humano. O sea, en términos literarios, lo verdaderamente humano.

Aquí es donde podemos darles la razón a los críticos, hay que acercarse a él desde 1.280 almas. Pero no porque sea su mejor obra, sino porque es una obra maestra en el retrato de un mediocre listo, que es lo que somos la mayoría de nosotros. Salvo excepciones, la vida se trata de sobrevivir, y el sheriff de la novela, Nick Corey, está dispuesto a todo para ello conservando su trabajo. No cree en la justicia, ni en perseguir a los malos, ni en nada parecido a la vocación de un trabajo policial. Le gusta la casa que le dan, el dinero de su sueldo, y el poder acostarse con su trío de mujeres, es decir, su esposa y sus dos amantes. En cuanto a la justicia y persecución de los delincuentes, se trata de aparentarlo para salir reelegido en cada votación, y punto. Cree además que a los ricos y poderosos no hay que perseguirlos, y a los pobres y malos solo cuando sea imprescindible. Come como un glotón, folla como un obseso y deambula de un lado a otro de ese pueblo de 1.280 almas que supuestamente regula como sheriff, sin hacer gran cosa.

Thompson era un genio de la sicología humana, a la altura -y aquí es donde los clasicistas pueden saltarme a la yugular- del Falstaff de Shakespeare-. En general sus novelas tratan de alcohólicos, perdedores, sicópatas e inadaptados. Me refiero a Shakespeare, pero también a Thompson. Este último era uno de ellos, su padre también, y tristemente no ha sido publicada en español su biografía infantil, Bad Boy, chico malo, porque ahí están las claves de su visión descarnada y lúcida sobre el mundo. Queremos creernos buenos y no lo somos, si se nos ha socializado convenientemente dejamos de ser depredadores, y poco más. Pero en el fondo los que triunfan -y en la sociedad de hoy a eso se reduce a tener trabajo, techo, comida y fornicio-, han de haber tenido un punto de picardía y maldad, y una cierta habilidad para sus relaciones sociales. Es mucho más importante ser listo que ser inteligente. Y Nick Covey, el protagonista, que parece tonto de remate, es endiabladamente listo.

Si el New York Times dice que el libro es bueno apuntándonos con una pipa, a ver quién le contradice

A 1.280 lo define su primer párrafo, donde está contado absolutamente todo, aunque el lector eso solo vaya a saberlo al final.

“Bien, señor, el caso es que debería haberme encontrado a gusto, tan a gusto como un hombre puede encontrarse. Porque allí estaba yo, el jefe de policía de Potts County y ganando al año casi dos mil dólares, sin mencionar los pellizcos que sacaba de paso. Por si fuera poco, tenía alojamiento gratis en el segundo piso del Palacio de Justicia, el sitio más bonito que un hombre pueda desear; hasta tenía cuarto de baño, de manera que no me veía en la necesidad de bañarme en un barreño ni de ir a un lugar público, como hacían casi todos los del pueblo. En lo que a mi me concernía, creo que podía afirmarse que aquello era el reino de los cielos. Para mi lo era, y parecía que podía seguir siéndolo -mientras fuera comisario de Potts County-, con tal de que me preocupara solo de mis propios asuntos y solo detuviera a alguien cuando no tuviera más remedio, y de que el detenido fuera un don nadie».

Algunos señalados fragmentos sirven para definir qué encontraremos en estas páginas.

«Me levanté por la mañana, me afeité y me di un baño, aunque aún era lunes y ya me había bañado a conciencia el sábado anterior».

«Compré un poco de comida en el tenderete del tren, apenas unos cuantos bocadillos, un trozo de pastel, patatas fritas, cacahuetes, dulces y una gaseosa».

Cuando acaba de matar al único testigo de su primer asesinato y quiere aparentar que ambos se han matado entre sí:

«Yo quería que pareciera que tío John había disparado a Tom con su propia arma y que Tom le había quitado la escopeta y había disparado sobre tío John. O al revés».

Cuando acaba de hacer que su amante mate a su mujer y a su cuñado:

«Fui a la iglesia, como siempre, y me pidieron que cantara en el coro, como había estado haciendo hasta el momento en que pareció que Sam Gaddis iba a derrotarme en las elecciones. (…) el cura me tomó de la mano, me llamó hermano, y dijo que veía que el espíritu habitaba en mi».

Mi recomendación. No le opongan prejuicios a este western pulp ni a Thompson, y disfruten de 1280 almas. Y no hagan caso si les dicen que el sheriff es un sicópata. Tiene demasiado método para ser un simple loco.

N.B. Todas las citas corresponden a la edición de 2003 hecha por Editorial Diagonal Grup 62 traducida por Antonio Prometeo Goya. Sin finalidad comercial y con el único objetivo de la difusión cultural en este blog.

Un terror llamado Danielewski

Este amable tipo que finge hojear Los detectives salvajes de Roberto Bolaño es el autor de un libro que no deja indiferente a quien lo lee, La casa de hojas. Pocos han sido capaces de servir una historia de terror tan subyugante, trufada con notas al pie que forman capítulos enteros, la narración paralela de dos tipos obsesionados por investigar la trama que da origen al libro, extensas bibliografías eruditas, inventadas y reales, referencias, citas. Una auténtica locura. Un mamotreto de 709 páginas que a ratos es una tesina soporífera, una historia de realismo social, y un conjunto de caligramas. Pero sobre todo un juego de mesa. En serio.

El lector decide si entra o no en todas las casillas, si se salta tramos o los recorre. La historia de terror que preside todo está por encima, y te mantiene absorbido sobre la base más manida que pueda imaginarse, la casa encantada. No con espíritus, ni apariciones, ni nada por el estilo, sino con el monstruo más puro de todos. Uno sin rostro, ni apariencia, algo que en realidad no existe, y del que solo vemos las consecuencias de sus actos. Banales, más que malvadas. Un infierno como lo hubiera descrito Dante de haber nacido en nuestro tiempo y llamarse Danielewski.

El autor de La casa de hojas es un escritor tan improbable que solo podría haber sido publicado de dar con editores insólitos. Mezclar en un tocho así una historia de terror, saga familiar, especulación metafísica, colección epistolar, colección de citas y bibliografías, artículos periodísticos, referencias, y seguro que me dejo algo, y decir a alguien que te lo publique no es un acto de fe. Es un suicidio. Porque encima la trama es poliédrica, no puede seguirse a través del tradicional planteamiento, nudo y desenlace. Por el contrario, es una locura de ascensores, escaleras, habitaciones, pasillos, en la que haría falta un mapa para no perderse algo. Y lo más raro de todo. Pese a su carácter experimental, es extremadamente fácil de leer y absolutamente subyugadora.

La trama principal, terrorífica, nos habla del fotógrafo Navidson y su casa, que comienza midiendo más por dentro que por fuera, y que poco a poco irá abriendo pasillos en su interior, nuevas habitaciones, sótanos, escaleras. Arquitecturas expandidas en un espacio que no existe, una tercera dimensión cuya mayor maldad es la ausencia de todo. Acabará explorando esa magnitud con un equipo de personas que se perderán en un espeluznante descenso a los infiernos vacíos.

El libro nos habla continuamente, como un tratado sobre cine, de El expediente Navidson, una película documental que en realidad no existe. Pero tal como habla de ella sí parece haberse estrenado en algún remoto festival independiente. Navidson ha rodado y montado su experiencia en el interior del infierno de la casa. Hay además un manuscrito de idéntico título, estudiado hasta la nausea por un sabio ciego, un tal Zampano, a cuya muerte es retomado por un joven tatuador de veintinco años, Johnny Truant. Su obsesión por ese estudio crítico, que le llevará a no alimentarse, a no lavarse, a no trabajar ni salir, es la historia de un maníaco, a ratos terrorífica, a ratos profundamente humana, a la altura de los mejores narradores rusos.

Hay que añadir también el corpus de notas eruditas. Acompañando todo esto, el autor cita lo mismo a Marx, Heidegger, Poe, Melville, Borges, Joyce, Shakesperare, o Thomas Pychoon, mezclando libros que existen con otros inventados. La totalidad es un puzzle, parecido a las trampas de El Ulises, a la desestructuración de La broma infinita o a los recovecos de El arcoiris de gravedad. Y siempre con una novela de Stephen King en el fondo.

Hay vida suficiente para descifrar este libro. O deberemos renunciar al menos durante un año, lápiz y papel en mano, al resto de nuestra biblioteca para enfrascarnos en lecturas, relecturas, análisis. Es una trampa, ¿saben? Si lo hiciéramos podríamos convertirnos en Zampano, en el estudiante, o en el mismo Navidson. Y quién sabe si de pronto cierta habitación del interior de nuestra casa comienza a medir unos centímetros más.

A los fanáticos de La casa de Hojas esto no les desanima. En absoluto. A través de la página web del autor podemos llegar a los foros de discusión sobre el libro. Allí hay miles de post, en diversos idiomas. Más de 56.000 publicaciones en inglés, casi 10.000 en francés. Menos significativo es el griego, o italiano. Y tampoco destaca el español. Aunque en todos hay más visitas y consultas que post publicados, y eso significa que hay muchos lectores anonadados buscando respuestas por ahí.

La editorial que lo ha publicado en España, Pálido Fuego, no es una de las grandes, así que eso explica la escasez de presencia en los foros. Y algo similar sucede en otros idiomas. Este está considerado un libro para minorías, o de culto, aunque vaya por la sexta edición en nuestro país. Cabe decir que Danielewski está absolutamente encantado con el ejemplar en español, porque ha respetado absolutamente su original publicado en inglés. Y eso significa páginas en blanco con una palabra en medio, caligramas al modo de Apollinaire, bocetos a lápiz, polaroids reproducidas a color, cambios en tipografía, letras apretadísimas, o pies de página que se convierten en varias decenas de páginas seguidas.

Les haré una confesión. Me salté muchos trozos. De La Casa de Hojas me quedaría exclusivamente con la narración de Navidson, la novela de terror escalofriante que logró atraparme como ya no lo conseguían este tipo de textos desde mi adolescencia. La parte de Zampano y el estudiante enloquecido, que parece la de un yonqui, tiene un realismo duro, muy norteamericano, muy heredero de la generación Beat, y como complemento de lo primero, no está mal. Aunque cuando llegas al final te den ganas de abofetear a Danielewski. ¿En serio, tío? ¿Para eso me has traído hasta aquí?

El resto es más para jugadores, no para lectores de mi calaña. Pasó el tiempo en que me apetecía perderme en citas de grandes intelectuales haciendo constructos, como en la universidad. Pero eso es solo una preferencia personal que no le quita un ápice de calidad, valor, originalidad y rareza a la novela. No hay una sola página gratuita, los caligramas están perfectamente construidos, y hay un momento sublime en que las tipografías te conducen a la soledad, la caída en el vacío, y la pérdida. A quien le apetezca puede perderse en una investigación de Sherlock Holmes a través de las notas de Zampano o las evidencias de Navidson. Los cazadores de misterios podrían incluso arriesgarse a buscar el lugar en que está la casa imaginada, trasladándola a un escenario de verdad. Aunque quizá para esos sea menos estéril liarse a rebuscar, preguntar y leer en los post.

Esta es la gran meta novela de nuestro tiempo. Y rebosa tanto, que sus páginas se salen de la literatura. Lo que no soy capaz de decirles es a dónde.